El 15 de mayo se celebra el día del maestro en nuestro país. Generalmente más que un festejo es un día de lucha caracterizado por múltiples marchas que vienen de todos los estados de la República hacia Palacio Nacional, a exigir mejoras salariales y en las condiciones de trabajo, cumplimiento de los contratos colectivos, democracia sindical, y, no en pocos casos, dotación de insumos básicos para la impartición de la docencia: aulas, sillas, mesas, baños.
La desigualdad social que existe en nuestro país se hace notoria entre los trabajadores de la educación en términos de la región donde viven, de los salarios que perciben, de las instalaciones donde trabajan. Esa misma desigualdad se aprecia en un sector amplio de docentes universitarios: la estabilidad laboral no está garantizada para todas y todos los académicos, sobre todo para los más jóvenes que egresan de las universidades y su vocación es la docencia. La necesidad de contar con un empleo remunerado, da pie para aceptar condiciones de trabajo indignas, con contratos temporales, pérdida de prestaciones, bajos salarios y cargas laborales incrementadas.
Estas condiciones de trabajo que tienden cada día más hacia la precarización, propician la presencia del estrés, de fatiga y de múltiples daños en la salud, que merman el bienestar de las y los trabajadores. Por eso es que este día, además de luchar por mejoras salariales, por democracia sindical, por la estabilidad laboral, es una fecha propicia para recordar que la salud no se vende y que la lucha por mejores condiciones de trabajo es también por la salud y por la vida.